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LA CHICAGO ARGENTINA

Written By Charles Francis on 20 marzo 2010 | 19:49

Entre los rufianes rosarinos, por nacimiento u opción, había en cierta época una línea de acción de determinados grupos, que llegó a ser identificada con el de la mafia siciliana.
Desde fines del siglo XIX había rumores sobre la “mano negra”, del mismo modo sucedía en Buenos Aires.
Por Pichincha circulaban Angel Terrazzino y José Cuffaro , involucrado en un espectacular asalto a un tren cometido en 1916 por un grupo de mafiosos sicilianos radicados en la ciudad, el mismo tipo protagonizó el 14 de agosto de 1927 una pelea a balazos en el despacho de bebidas de Novares y Colucci, en Jujuy y Pichincha, donde cayó muerto un tal Samuel Eduardo Ogallar .

Otro personaje de cuidado, Juan Carlos Bohuler , comenzó siendo policía y terminó proxeneta. Tenía varias pupilas en el Café Marconi , de Suipacha entre Salta y Jujuy. El 27 de noviembre de 1928 asesinó al chofer Antonio Locascio , porque había ayudado a una de sus víctimas, que intentó huir.

Serafín Sciara , o Ciara , apodado El Chantao , saltó a una sórdida fama el 4 de marzo de 1924, martes de carnaval en que asesinó al polaco José Jacobovich , dueño del English Bar , establecido en Rivadavia 2112. Sciara resultó de los pocos juzgados, condenado a 20 años de prisión; como ocurrió con Ernesto Ponzio , recibió varias conmutaciones de pena y apenas estuvo preso.

El Chantao murió el 6 de octubre de 1928 y fue velado en una casa de Güemes entre Dorrego y Moreno. “Tenía la captura recomendada desde hace tiempo, a raíz de un atentado de que hizo víctima en el bulevar Nicasio Oroño, cerca del Mercado Modelo, a un amigo suyo. Lo atacó sin motivo alguno a balazos”, dijo entonces este diario.

El English Bar fue escenario de otro crimen el 16 de agosto de 1927, cuando Sandalio Alegría mató a puñaladas a Juan Marianovsky en una disputa por “cuestión de intereses”, según se dijo. Los negocios de Pichincha se sellaban con sangre.

Loss personajes más notorios surgieron en el puerto de Buenos Aires, unos cultivadores de olivos recién llegados de la Italia meridional: Juan Galiffi, Filippo, Dainotto, Luisino Andrea Garccio, Benito Ferratotti, Giuseppe Ambrosetti, José Albarracín y Pepe Anchoristi .

Juan Galiffi se redicó primero en Gálvez, Santa Fe, importante nudo ferroviario. Allí instaló una fonda y una peluquería, es decir, se hizo próspero comerciante. Pero la alternancia con otras actividades le valió la cárcel en 1912, por asaltos en Salta; en 1914 por el ataque al ingenio jujeño La Mandieta y poco después por una estafa. Pasó a conocerse como Don Chicho , manejando las apuestas de quinielas llega a Rosario en 1920 y se apodera de las zonas de conventillos y de la movida de frutas y verduras del Mercado Central y del Mercado del Abasto, convirtiéndose más precisamente en Chicho Grande . Para 1930, al producirse el golpe militar de Uriburu, se instaló en Buenos Aires, compró una fábrica de muebles de estilo y la emprendió con los negocios del turf, en el Hipódromo de La Plata. También adquirió tierras en San Juan y se confesaba injustamente perseguido por la ley, aunque mantenía bajo perfil.

Contra él, otros capos organizaron complots, pero los ejecutantes cayeron bajo la balacera de los hombres de Galiffi. Pero Francisco Morrone , presentado primero como Alí Ben Amar de Sharpe , alias Chicho Chico o Don Pepe fue el que más sombra logró hacerle, teniendo a Rosario de centro de operaciones, que llegó a casarse con María Esther Amato , joven de la alta sociedad rosarina. De sus actuaciones, una importante: en agosto de 1931, el secuestro del empresario de Venado Tuerto, Florencio Anduenza , al que esconden en el Barrio 5 esquinas y por quien cobran un rescate de 100 mil pesos. Nunca pudieron culparlo.

Tras interminables golpes, el secuestro y posterior asesinato de Abel Ayerza, estudiante de 25 años de una familia de la alta porteña, propietaria de la estancia “Canchaquí” en Córdoba, comenzó el final del trayecto de Chicho Chico y de las acciones de la mafia siciliana en general. Quien le preparó el terreno fue Chicho Grande , invitándolo con engaños a su casa y mandándolo asesinar. Poco después, Galiffi fue detenido en San Juan, acusado de recibid dinero de otro rescate. Cuando zafó, volvió a Buenos Aires, cruzó para vivir en Uruguay. Corrido por la posibilidad de una extradición, huye hacia sus orígenes, a Sicilia, donde ejerció un cargo público hasta su muerte, por paro cardíaco, en enero de 1944.

En Argentina quedaba “la flor de la mafia”, Agata Cruz Galiffi , casada con el abogado Lucchini, que protagonizaría las últimas movidas de la organización, entre 1930 y 1938. Ágata, tal vez por ser mujer o por una personalidad avasallante, da pie a numerosas historias noveladas sobre su desaparición. En 1972 es entrevistada por la revista Gente, en una propiedad cuyana, en la que negó conocer o haber oído nombrar a Chicho Chico .

5. MAFIA, LA VENDETTA VINO EN BARCO
El 29 de marzo de 1972 se estrenó en Buenos Aires la película La maffia , de Leopoldo Torre Nilsson , cuya ficha técnica es la siguiente:
La mafia (Argentina, 1972) Castellano, color, 120m. Dirección: Leopoldo Torre Nilsson.

Intérpretes: Alfredo Alcón (Luciano), José Slavin (Francesco Donato), José María Gutierrez (Gallego)), Telma Biral (Ada), Héctor Alterio (Paoletti), China Zorrilla (Assumpta), Linda Peretz, Miguel Jordán, Rodolfo Varela, Diego Botto, Alejandro Marcial, Raúl Fraire, Oscar Pedemonti, Saúl Jarlip, Tina Francis, Noemí Granata, Roberto Airaldi, Rodolfo Brindisi, Bernardo Perrone, Amadeo Sáenz Valiente, Eduardo Gualdi, Elio Erami, Mario Luciani, Jorge Hacker.
Guión: Leopoldo Torre Nilsson, Beatriz Guido, Luis Pico Estrada, Rodolfo Mórtola y Javier Torre, según el argumento de José Dominiani y Osvaldo Bayer.
Música: Gustavo Beytelman. Fotografía: Aníbal Di Salvo. Cámara: Néstor Montalenti. Montaje: Antonio Ripoll y Armando Blanco. Diseño de producción: Miguel Ángel Lumaldo. Vestuario: Leonor Puga Sabaté. Productor ejecutivo: Juan Sires. Producción: Leopoldo Torre Nilsson.

La ciudad de Rosario, en los años ‘30, era “La Chicago argentina”, una alusión directa a la ciudad estadounidense, centro de operaciones mafiosas que tanta materia prima brindó al cine de Hollywood. Más modesta en cuanto a su magnitud, aunque al parecer igualada en códigos, propósitos y personajes, la “chicaguita” (nota: término mío) sirve de marco para la historia contada por Torre Nilsson, la de Francesco Donato, Don Chicho (José Slavin), inmigrante italiano admirador del Duce que vive y opera en la ciudad santafecina. Casado y con una sola hija, Ada (Thelma Biral), regentea una “Sociedad” encargada de recaudar dinero a fuerza de secuestros extorsivos, truchas carreras de caballos, coimas pagadas por comerciantes según su portento, prostíbulos, casas de juegos. Todo con la venia policial y del poder político.

En esta trama de intrigas, delaciones, traiciones y amor pasional, cuando Don Chicho se entera de que su mano derecha en los asuntos sucios, Luciano ( Alfredo Alcón ), es amante de su hija, las cosas ya no funcionan tan bien. Luciano se queda con Ada, intenta aplastar a Francesco y conducir la “Sociedad”. Pero cae en una emboscada tendida por su antiguo padrino y, por una casual devolución de favores, se salva de la muerte. Donato retoma el poder de la “Sociedad” hasta que finalmente muere. Luciano reaparece para volver a instalar el caos, tras lo cual tiene que escapar por varios asesinatos junto con Ada. Las idas y vueltas terminan con un intento de asalto a un banco, en el cual Luciano es baleado en el pecho, y muere en los brazos de Ada.

En la vida como en el cine, la mafia argentina de la época supo acodarse sobre la impunidad. Los medios de difusión casi no trataban el tema y la Justicia miraba para el costado así que, ni por denuncias ni de oficio. Hasta los escenarios ideales de actuación olían a podrido: eran mercados de frutas y verduras de Buenos Aires y Rosario. Allí fueron comercializados papas, pepas, chauchas, armas, whisky, melones, mujeres. ¡Beauty free shop!
Igual, el copyright no nos pertenece.

Según dicen, el término “mafia” nació junto con la vendetta , muchísimo antes de que estos confines pasaran a ser la Argentina. Cierta primavera de 1282 un soldado francés de la guardia de un príncipe angevino violó y mató a una jovencita, en el camino de ésta hacia la iglesia de Palermo, donde se casaría. El novio buscó enseguida venganza, lo mataron. Y de un levantamiento popular surgió el grito: “¡Morte alla Francia, Italia anela”. Las iniciales de las palabras avivadas en Palermo, lugar fundacional también de los ricottari o explotadores de prostitutas, formaron el neologismo que abrigaría una particular interpretación sobre el poder, los lazos de familia, el sentido del honor, la lealtad. Pero eso vino después. A principios del XIX, cuanto el ejército napoleónico corrió a la Corte de Nápoles. Sus miembros, tanto o más despechados que los de la mayoría automática menemista, buscaron refugio en Sicilia, protegidos por la flota inglesa de Lord Nelson y protagonizaron una historia que la Argentina de 1990 en adelante plagió con dignidad, habiendo tenido ya sus antesalas en La Chicago argentina. Aquella isla era famosa por su inseguridad: hordas de bandidos saqueaban sin límites a sus habitantes. Cuentan que en 1812 el gobierno local trató de reforzar la protección con un improvisado cuerpo de gendarmería rural que, en 1837, decidió desconocer la orden de su disolución y siguió funcionando por su cuenta. La mano de obra desocupada armó una sociedad. Mediaba entre los delincuentes y sus víctimas, sacando provecho de cada parte. Reclutaba a “todo aquel que tuviera quejas contra el orden existente”, un requisito próspero entre los obreros de las minas de azufre y de pequeñas explotaciones agrícolas, en situación de miseria. Nápoles sería, con el devenir de los clanes, capital de la Camorra.

La segunda versión histórica sostiene que las organizaciones de tipo mafioso surgieron a mediados del XVIII, durante el reinado de los Borbones en Sicilia y como resistencia política en forma de levantamientos populares contra el régimen impuesto a tortura, encarcelamiento, ejecución de opositores. Sicilia sufrió invasiones sangrientas feudales en distintas oportunidades, por lo cual, para el pueblo original, lo extranjero odiado estaba identificado con el Estado, y la mafia Anti – Estado corporiza la necesidad de la defensa por mano propia. La misma idea de “sociedad” para esta causa (un Estado dentro de otro) está vista por la historia como un aporte a la unificación de Italia, en 1861. Una definición de Eric Hobsbawm : “En las comunidades sin leyes, el poder se dispersa rara vez en las competencias de las anarquías individuales, sino que se concentra alrededor de los centros de fuerza local. Una de estas formas es el patronato y el titular típico es el notable o el patrón, cuya red de influencia, que se extiende en su derredor, obliga a la gente a ponerse bajo su protección. La Mafia es casi el sinónimo de esa protección”.

En 1862 se dio el primer registro cultural, con la obra teatral I Mafiusi di la Vicaría, de Giuseppe Rizzotto , que daba cuenta del funcionamiento de la mafia en las prisiones de Palermo. En 1868, el Pequeño Diccionario de Dialecto Siciliano define “maffia” como “bravata, audacia, fasto, suficiencia, acción”; y el “mafiusi” es el fanfarrón, “de valentía aparente, fiereza, insolencia, arrogancia, seguridad de espíritu, acto de una persona que quiere hacer bravatas y aparenta más de lo que es”. También surgieron estudios que dan distintas hipótesis sobre el origen del vocablo “mafia”: del latín vafer, vaferosus (astuto); del francés meffler proveniente de maufe (dios del Mal al que se refieren con Caballeros templarios); del árabe mahfal (asamblea, reunión numerosa de personas) o mahyas (perseverar, proteger, garantizar algo a alguien), y su uso se remontaría al período de dominación sarracena en la isla.

Lo cierto es que la miseria de Sicilia disparó marginados por doquier. Puertas adentro, los índices de crímenes y asaltos en la isla, los más altos del país, se disiparon notoriamente gracias a la emigración de bandas, asemejadas a las sociedades secretas en ciertos ritos, como el juramento a la fidelidad del ingresante ante una imagen de Nuestra Señora de Trapani rubricado con sangre del dedo pulgar. Puntuales ciudades de los Estados Unidos y otros países, como la ciudad argentina de Rosario, recibieron esta diáspora, aportándole atributos propios en su adaptación, entre ellos, el culto para demostrar fidelidad y la señal de cierre de la boca para guardar secretos. En los Estados Unidos, su funcionamiento tendía a desligar a los padrinos de la ejecución de crímenes, haciendo propicia la aparición de asesinos profesionales independientes, de máxima confianza y sin pertenencia a la comunidad italiana.

En un conventillo porteño de La Boca, el 18 de enero de 1885 se encontró el cadáver de un hombre, con un rollo de alambre en torno al cuello y un cartel de papel de estraza en el pecho, donde se leía: “Muerto por traidor”. La identidad del finado era Donato Tuttolobronco, un estibador, y con su asesinato la mafia estrenó su arribo a la Argentina. Se aprecia la contemporaneidad con el fenómeno creciente en los Estados Unidos, cuyo pico de mayor resonancia inicial fue la matanza de Nueva Orleans, el 14 de marzo de 1891, cuando una multitud liberó de la cárcel a once italianos y los linchó, en un brutal acto de justicia por mano propia. Era una respuesta a la inoperancia del sistema judicial norteamericano ante nuevas formas de delincuencia.

Entre 1880 y 1930 llegaron a la Argentina 2.325.005 italianos, sobre todo de las regiones de Piamonte (16,3 %), Calabria (13,6 %) y Sicilia (11,3 %). Los primeros contingentes de sicilianos llegaron a Rosario a fines de la década de 1880, procedentes en mayor medida de las provincias de Girgenti (hoy Agrigento) y del valle de Magazzolo. En principio, eran artesanos, se sumaron luego braceros, jornaleros agrícolas y agricultores, que se incorporaron al mercado laboral en sectores manufactureros de pequeña escala, la construcción y servicios. A diferencia de los piamonteses, los sicilianos se caracterizaron por ser más cerrados, atenidos a su propia comunidad, y en ese sentido la mafia contribuía a la preservación de pautas de comportamiento que rendían culto a sus antepasados, abrigaba un sentido de pertenencia y guardaba distancia del extraño mundo nuevo en el que se disponían a sobrevivir. Los italianos eran señalados como inmigrantes dispuestos a cualquier tipo de labor; con la expectativa del ascenso social, aceptaban la faena a destajo. La mayoría de los hombres catalogados como mafiosos nunca lograron salir de esa condición; a la marginación económica le sumaron la marginación cultural que suponían su analfabetismo y su dificultad para el idioma español.

Hacia 1910 la Argentina estaba en su auge de recepción de inmigrantes. Y los hechos atribuidos a organizaciones mafiosas fueron protagonizados por una minoría de la comunidad siciliana. En principio hubo hechos aislados, sin la coordinación de una sociedad organizada, en zonas marginales. La estructura más parecida a la originaria de Sicilia se visualizó durante la Década Infame, con el ingreso de Francisco Marrone o Chicho Chico , con el propósito de unificar bajo su mando a los hombres de la mafia. El esquema de funcionamiento estructuraba a pequeños grupos autónomos, actuantes en territorios divididos, que cooperaban entre sí en el intercambio de información y en asuntos de venganzas. De esa manera, daban la idea de estar en distintos puntos, sin posibilidad de ser fácilmente localizados.

Lenguaje cifrado

La característica de códigos rituales se extendía al lenguaje verbal cifrado y a otros símbolos de comunicación creado por mafiosos de Sicilia y Nápoles. En las zonas de actuación, aparecían marcas en los locales: una circunferencia en la pared significaba que ese sitio no era de provecho mafioso; un círculo con una cruz en su interior, era un local de provecho. Si en estos locales, había también el dibujo de dos cuadrados, se trataba del aviso de presencia de guardias o personal de vigilancia. Una corona señalaba el lugar del tribunal mafioso, y entre sus integrantes se pasaban el aviso a través de gestos, dibujos u objetos: serpiente (inspector de seguridad pública), pipa (comisario), cara barbuda (jefe de gendarmes), gato ahorcado (hurto asegurado), herradura (médico), grano de uva (hurto en el campo), grano de uva o estrella (hurto exitoso).

l uso de seudónimos y apodos, por otra parte, guarda directa relación con la necesidad de resguardo de identidad, por la presunta averiguación policial o judicial, respaldado por la facilidad para falsificación de documentos. Un ejemplo famoso es el del pistolero Arturo Pláceres , quien respondía, además, a los nombres León Abelardo, Arturo Cáceres, Jesús Filemón Cuello, Arturo León, Arturo Leones y Pedro, Adolfo y Arturo Terrarosa o Rodríguez. Esta práctica menguó con la sanción de la Ley de Residencia, el uso de la dactiloscopía y la averiguación de antecedentes.
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1 comentario:

  1. Muy buen conetenido.
    Demasiado interesante y doy fe que es verdad.

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